-¿De veras es ésta la primera vez que sube? -preguntó el piloto mientras se reclinaba perezosamente en el asiento, haciéndolo balancear con suavidad. El gesto de indiferencia con que se llevó ambas manos a la nuca aumentó la intranquilidad del pasajero.
-Sí -respondió Martin Gibson, sin apartar los ojos del cronómetro que marcaba el paso de los segundos. -Ya me parecía a mí. Nunca le salieron muy bien en sus cuentos… todas esas tonterías sobre desvanecimientos causados por la aceleración. ¿Por qué será que la gente escribe esas patrañas? Es mala propaganda.
-Lo siento -contestó Gibson-, pero usted se refiere a mis primeros cuentos. En aquel entonces aún no habían comenzado los viajes espaciales y tuve que emplear mi imaginación.
-Quizás -admitió el piloto de mal grado. (No prestaba la menor atención a los instrumentos y faltaban sólo dos minutos para el despegue)-. Lo que está experimentando debe parecerle extraño después de haber escrito tanto sobre el tema…