Sullivan, jefe de seguridad, encontró al Gran Hombre frente a la enorme ventana de su oficina. La silueta del jefe se recortaba contra las luces de la ciudad. En la habitación sólo había encendida una lámpara depantalla verde sobre el enorme escritorio con hoja de vidrio al otro lado de la sala, así que el Gran Hombre estaba envuelto en sombra, con las manos en los bolsillos de la chaqueta de su traje de corte impecable, mirando pensativo el horizonte de la ciudad.
Eran las ocho y el jefe Sullivan, un cansado hombre de mediana edad con un traje humedecido por la lluvia, quería irse a casa, quitarse los zapatos y escuchar la pelea en la radio. Pero el Gran Hombre solía trabajar hasta tarde y había estado esperandoesos dos informes. Sullivan quería acabar con uno de ellos en particular: el de Japón. Al pensar en ese informe le entraban ganas de tomarse algo fuerte, cuanto antes.
Pero sabía que el Gran Hombre no le ofrecería una copa.Sullivan pensaba en su jefe como «El Gran Hombre», uno de los hombres más ricos y poderosos del mundo. Le había puesto ese apelativo medio en broma medio en serio y Sullivan no lo compartía con nadie, el Gran Hombre era presumido y percibía rápidamente la menor señal de falta de respeto.
Pero a veces parecía que el empresario buscase un amigo al que poder abrirle su corazón. Sullivan no era ese hombre. No solía gustarle a la gente. Tal vez por ser ex policía.