1 —¿Significa algo para usted la palabra Sparta? Una mujer joven estaba sentada en una silla de pino barnizado con respaldo de barrotes. Tenía el rostro vuelto hacia el alto ventanal; sus facciones impersonales se veían pálidas a la difusa luz que inundaba la habitación blanca y que era reflejo del glacial paisaje del exterior.
El hombre que hacía las preguntas se manoseó la barba entrecana, que llevaba recortada con pulcritud, y miró con ojos de miope y por encima de los anteojos a la mujer mientras aguardaba una respuesta. Estaba sentado tras un maltrecho escritorio de roble de al menos ciento cincuenta años de antigüedad, y era un tipo bonachón que al parecer disponía de todo el tiempo del mundo.
—Pues claro. En el rostro ovalado de la mujer las cejas eran dos anchas pinceladas de tinta por encima de los ojos, de color marrón; bajo la nariz respingona tenía una boca carnosa de labios inocentes, que presentaban un color rosa natural y delicado.
El pelo castaño, sin lavar, que le caía en mechones sobre las mejillas, y la bata sin forma definida que llevaba puesta, no lograban ocultar la belleza de la joven.